El pasado mes de agosto saltaron las alarmas en Tucumán (Argentina) después de un brote de 11 personas con 4 fallecidos por neumonía. La pandemia de COVID-19 acelera la transmisión de este tipo de noticias por todo el mundo. Los primeros cribados descartaron precisamente al coronavirus SARS-CoV-2 y al virus de la gripe. Estudios posteriores han concretado que se trata de una bacteria del grupo Legionella, probablemente Legionella pneumophila.

Estas bacterias producen enfermedades nosocomiales, es decir, adquiridas en un centro sanitario. Tienen facilidad para originar brotes dada su capacidad de utilizar los sistemas de refrigeración de un edificio. La transmisión de la enfermedad producida por esta bacteria es respiratoria. Ocurre al inhalar aerosoles o gotas de saliva expulsadas por un paciente infectado.

Legionella pneumophila se descubrió en 1976. Fue después de un brote entre personas que acudieron a una convención de la Legión Americana en Filadelfia. Es por ello que el nombre de la bacteria quedó acuñado de esa manera. También causa versiones más leves de esta enfermedad, como es la fiebre de Pontiac. Esta patología se conoció en Michigan, en 1968. Pero hasta 1976, con el descubrimiento de Legionella pneumophila, se desconocía qué microorganismo la causaba.

La alta letalidad mostrada por este brote debe ser de consideración. Desde hace décadas nos venimos enfrentando a bacterias cada vez más resistentes a antibióticos. Esto significa que estamos más expuestos a bacterias que, por el propio devenir de la evolución, podrían acumular herramientas contra nuestros fármacos. No es el primer susto, ni será el último, que nos den bacterias relativamente conocidas por esta razón.