¿Por qué el SARS-CoV-2 es diferente?
30/05/2020
¿Por qué el SARS-CoV-2 es diferente?
30 de mayo de 2020
Llevamos conviviendo con los coronavirus bastante tiempo. Las primeras especies capaces de infectarnos se encontraron en los años 60. En total, existen siete coronavirus que infectan al ser humano. Cuatro de ellos generan una enfermedad leve, pero los otros tres son letales. Sin embargo, sólo uno se ha dado a conocer absolutamente en todo el mundo. ¿Por qué?
El SARS-CoV-2 es especial. Ha elegido una estrategia de contagio excepcional al ser transmisible por infectados asintomáticos que pueden no llegar a desarrollar nunca la enfermedad. Por tanto, las cámaras térmicas en los aeropuertos fallaron en la contención, pues escaparon muchos viajeros sin fiebre que eran contagiosos. Además, el virus es capaz de infectar eficientemente la garganta, por lo que se expulsan muchas partículas virales al toser, estornudar o incluso hablar.
Enfrente, el virus ha tenido muy pocos obstáculos. La comunidad política, sobrepasada al no disponer de suficientes recursos, ni en forma de infraestructura hospitalaria, ni en forma de equipos de protección individual. Los ciudadanos, sobrecogidos por la situación y abrumados por la cantidad de desinformación acerca de la peligrosidad y vías de transmisión del patógeno. Y, la comunidad científica, sorprendida por las habilidades de este coronavirus. ¿Por qué no esperábamos que un coronavirus hiciera esto?
Para empezar, hay que tener en cuenta que cuatro de las especies de coronavirus humanos no son especialmente letales. Esta es una de las razones por la que se han podido extender por todo el mundo. Son responsables del 15% de los resfriados comunes, aunque ocasionalmente pueden causar enfermedades pulmonares más graves en recién nacidos, personas mayores o individuos inmunodeprimidos.
Por otro lado, el SARS-CoV-1, que apareció en 2002, fue efímero. Infectó a aproximadamente 8.000 personas y fallecieron 800, es decir, una letalidad del 10%. La razón por la que desapareció es porque todas las personas infectadas murieron o superaron la enfermedad, impidiendo que el virus se extendiese. En parte se debió a que los infectados no eran contagiosos hasta que no desarrollaban la enfermedad, permitiendo aislarlos en cuarentena.
A diferencia de lo que se cree al respecto, el SARS-CoV-1 no desapareció porque se atenuase, sino porque se logró controlar la diseminación. Sigue siendo, para distintos gobiernos como el de EE.UU., un agente selectivo. Esto significa que pertenece a una lista de patógenos con los que se trabaja bajo las más restrictivas medidas de biocustodia y tiene asignado un nivel 3 de bioseguridad.
La bioseguridad tiene que ver con la capacidad de transmisión del virus, la protección que requiere el científico y las medidas de contención del laboratorio. La biocustodia hace referencia al registro de los experimentos realizados y privacidad de las bases de datos que contienen información sobre dónde se almacena el virus. Cabe remarcar que biosecurity, en inglés, se traduce como lo que entendemos por biocustodia, mientras que biosafety es equivalente a bioseguridad.
Volviendo a los coronavirus, el caso del MERS-CoV es diferente al SARS-CoV-1. Apareció en 2012 pero sigue en activo. Hay, aproximadamente, unos 200 nuevos infectados anuales. Ha infectado a casi 2.500 personas, de las cuales han fallecido más de 800, dando una mortalidad del 35%. Su vía de contagio principal es de camellos a humanos, generalmente personal que trabaja en el cuidado de estos animales.
El contagio persona-persona es muy poco frecuente, afortunadamente. Se sabe que ocurre en situaciones de contacto muy cercano, como entre familiares o entre un paciente y el personal médico que lo atiende. Por ejemplo, en un hospital de Seúl, Corea del Sur, un paciente infectado con MERS-CoV contagió a 82 personas durante su hospitalización.
El SARS-CoV-2 se transmite por todo el mundo, como lo hacen los otros cuatro coronavirus no letales. Pero genera una patología letal, como SARS-CoV-1 o el MERS-CoV. Durante los siguientes años, se investigarán qué genes del SARS-CoV-2 son los responsables de esta virulencia. Y, si se diseña un virus que carezca de estos genes, se obtendría un candidato a vacuna muy prometedor.