Historia de una tesis en Coronavirus. Parte 1: Aterrizaje
01/10/2021
Historia de una tesis en Coronavirus. Parte 1: Aterrizaje
1 de octubre de 2021
En un centro del CSIC en Madrid, investigaba un doctorando. No un centro repugnante, anticuado, con restos de centrífugas por los pasillos. Era un centro de investigación de excelencia. Y eso significaba buenos materiales y técnicos que preparaban el material de laboratorio. Sin embargo, el año 2014 no era un momento fácil para explicarle a la gente en qué consistía la tesis sobre Coronavirus que acababa de empezar. Terminaba diciendo que eran virus históricamente causantes resfriados y que, en todo este tiempo, dos especies letales sí que habían matado casi 2.000 personas. En todo el mundo. En diez años.
La gente se alegraba más de que hubiera encontrado trabajo que de saber que se investigaban virus tan poco importantes, aparentemente. Y, aunque empezó a trabajar desde el día 1, tardaría meses en formalizar su contrato y empezar a cobrar. Sin pagos retroactivos. Una costumbre tristemente arraigada. Pero cada día que entraba al laboratorio y se ponía la bata y los guantes, se sentía un superhéroe aplicando los conocimientos que con tesón fue acumulando en los años previos de estudio.
Al empezar la tesis, en vez de focalizar el esfuerzo en estudiar para obtener notas extraordinarias, lo orientaba hacia la resistencia mental que requiere lidiar con las ciencias experimentales. En esas se aprende, por las malas en el peor de los casos, a lidiar con el fracaso. En realidad, todas estas vicisitudes no son exclusivas de la investigación de los Coronavirus. Lamentablemente, es algo muy extendido en cualquier tesis doctoral. Con todo, inició su camino científico.
Toma de contacto inicial
En las primeras semanas, tuvo una toma de contacto con el personal que sería su compañero de trabajo durante los próximos años. Vio que, en investigación, los investigadores principales (IP) o jefes de laboratorio son un grupo heterogéneo en cuanto a sus habilidades personales y sociales. Están acostumbrados al continuo ir y venir de “becarios”, ahora llamados contratados predoctorales dada existencia de una relación contractual entre el investigador y su grupo.
También vio que hay técnicos especialistas, que te ayudan a hacer tus experimentos, si no te piden que los ayudes tú a ellos. Por otro lado hay investigadores postdoctorales, que acumulan muchísima experiencia en años y en conocimiento, pero aún con dificultades para independizarse científica y, sobre todo, económicamente de los IP. Finalmente, hay otros “becarios” con unos días, semanas, meses o incluso años más de experiencia que tú. Y, entre iguales, se suele encontrar el desahogo para la frustración propia de esta empresa.
El aterrizaje al laboratorio había concluido muy rápido. Le tomó algún tiempo aprender con quién podía contar y con quién no. Mientras tanto, los días se sucedían en semanas donde la mayor parte del tiempo se dedicó a leer e impregnarse de los últimos artículos científicos publicados por el grupo en cuestión, así como de grupos afines. Más adelante se enteraría de qué artículos provenían de grupos rivales. La competencia por publicar es voraz. Pero, ¿cuándo empezaba el diseño de experimentos? ¿Y la obtención e interpretación de resultados? Lo iremos viendo…
Este artículo pertenece a una serie que cuenta la historia de la tesis en Coronavirus del doctor Javier Cantón: